Arnoldo Palacios, el hombre que cambió el color de las estrellas
Publicado: agosto 21, 2024
- Actualizado: agosto 21, 2024
El 9 de abril de 1948, la muerte de Jorge Eliécer Gaitán causó una insurrección social que terminó con la ciudad en llamas. Aunque la revuelta empezó en Bogotá, el descontento se trasladó a otros lugares y fue el origen del recrudecimiento de la violencia que vivió el país a lo largo del siglo XX. A la luz del presente, sabemos que esa fecha es una parte fundamental de nuestra historia y que fue un punto de inflexión para autores que, como Arnoldo Palacios, lo vivieron en primera persona y tomaron ese día como el argumento para algunas de sus novelas.
El escritor, nacido el 20 de enero de 1924 en Cértegui, Chocó, llegó a la capital a inicios de los cuarenta, en medio de una migración de jóvenes que viajaron a la gran ciudad para emprender estudios universitarios. En esos años trabó amistad con Manuel y Delia Zapata Olivella, Marino Viveros, Natanael Díaz, Jorge Artel y Helcías Martán Góngora, por mencionar algunos de los nombres que serían esenciales para dar a conocer la cultura de los litorales en el centro del país; por lo tanto, cuando se da el magnicidio de Gaitán, Palacios ya llevaba años inmerso en terminar su ópera prima, Las estrellas son negras. Sin embargo, su carrera de novelista sufrió un traspiés cuando el libro fue una víctima más de aquellas horas en que el mundo se hizo fuego.
A pesar de la pérdida, Zapata Olivella invitó a Palacios a reescribir la novela. Con las ideas claras y una memoria proverbial, el chocoano logró restaurar el texto en tres semanas y lo presentó a Clemente Airó, un escritor español exiliado que había fundado la Editorial Iqueima, que publicó la obra a finales de 1948 con una ilustración del pintor Alipio Jaramillo en la portada. Los ejemplares se agotaron en pocos días y dieron el estatus de novelista a su creador, un joven de 24 años que ya forjaba un espíritu de lucha contra la injusticia social y de activismo contra las prácticas de segregación comunes en algunos territorios colombianos.
La novela narra poco más de 24 horas de la vida de Irra, un joven que a lo largo del relato presenta su visión de las diferencias económicas entre negros y blancos, las pocas oportunidades laborales de la región donde vive y la pobreza como factor común de la población. A través de constantes alusiones al entorno familiar, las estructuras políticas e ideas en torno a la muerte, Palacios ofrece un retrato detallado de la idiosincrasia y el paisaje urbano, humano y selvático del Chocó, donde el protagonista es el río Atrato, un lugar que puede ser vía de conexión, mercado público, espacio de recreo o analogía de la riqueza natural. Irra es un joven que imagina cómo matar al intendente de Quibdó a ver si logra revertir su destino, pues él parece ser el responsable de gran parte de sus desdichas. A través del monólogo interno y de un narrador en primera persona, la novela lleva el lector a conocer el hambre, el racismo y las pocas oportunidades que había (y que aún persisten) en diversas partes del Pacífico colombiano.
Tan pronto se publicó la novela, Palacios adquirió una fama indiscutible y gracias a ella obtuvo una beca del Congreso para estudiar en Francia. A pesar de la fortuna, su cercanía con el Consejo Mundial por la Paz entre los Pueblos, una organización conformada por intelectuales de izquierda, le impidió mantener la beca debido a que su posición política entró en conflicto con el sentimiento anticomunista del gobierno colombiano de la época. Perder este apoyo económico lo llevó a vivir años de precariedad en Europa, donde terminaría viviendo gran parte de su vida.
En medio de las dificultades, Palacios sobrevivió en París haciendo trabajos de traducción u oficios colaterales a su vocación de escritor para lograr mantenerse (en muchos casos, apoyado por amigos). Así, en medio de la austeridad, escribió La selva y la lluvia. Algo particular de esta obra es que se publicó por primera vez en la Unión Soviética en 1958 gracias a la Editorial Progreso de Moscú, interesada en publicar autores en lenguas diferentes al ruso. Al poco tiempo, Palacios le regaló un ejemplar a Germán Arciniegas, quien donó su biblioteca personal a la Biblioteca Nacional de Colombia en 1985. En aquel archivo es en el que Intermedio Editores encontró el libro que tomó como punto de partida para reeditar la novela en 2010 y darla a conocer en el contexto nacional.
Enmarcada en los albores del Bogotazo, en ella se narra un viaje entre Chocó y Bogotá que empieza con la República Liberal (1930 – 1946) y termina en 1948. Cada capítulo presenta el viaje de una familia que sale de la espesa selva chocoana y termina en la árida vida bogotana, donde reconocerá que, al igual que en su territorio, en la ciudad también llueve. Aquí el agua es una metáfora de un mundo deshecho y complejo. Es de anotar que el Bogotazo es un argumento nuclear de otro libro publicado por las mismas fechas, La calle 10 (1960), de Manuel Zapata Olivella, amigo y hermano literario del chocoano. Mientras Palacios explora el intimismo familiar y cómo su realidad se derrumba ante los problemas de una nación, Zapata Olivella configura un paisaje urbano que destruye las esperanzas de los habitantes, al grado de llevarlos a emprender una revolución que evoca la muerte del líder liberal sin siquiera mencionarla. En cualquier caso, ambos textos otorgan una mirada profunda de la miseria y el destierro de seres humanos que, arrancados de su hogar, buscan acomodarse en aquel laberíntico universo de concreto y piedra que es Bogotá. Cada libro da voz a los rostros que presenciaron el 9 de abril, tejiendo diálogos entre la experiencia individual y todo aquello que consideramos verdadero o falso frente a un día que marcó un antes y un después en Colombia.
La narrativa de Palacios se caracteriza por tener un estilo cargado de elementos urbanos que no abandonan la alusión a los paisajes naturales y que mantienen, en el estrecho límite de la denuncia y el reclamo, la reflexión sobre las condiciones de los afrodescendientes en el Chocó con relación al resto del país. Ahora bien, a pesar de no haber tenido gran resonancia antes de morir en 2015, el Ministerio de las Culturas declaró el 2024 como el Año de Arnoldo Palacios para fomentar su lectura y exaltar su protagonismo en el reconocimiento de una historia en clave negra.
Más allá de una celebración que nos permite focalizar el valor de su legado, debemos asumir este año como el punto de inicio; el origen de un compromiso por trascender la efeméride y crear círculos de lectores en torno a su pensamiento y escritura. Por fortuna, la novela de 1958 no se quedó en un archivo y logró publicarse, al igual que el conjunto de relatos de tono biográfico Buscando a mi Madrededios (2009) o Las estrellas son negras, que Seix Barral reeditó en 2020. Ahora, en el centenario de su natalicio, la mejor forma de rendirle tributo es leerlo. Acudiendo un poco a la metáfora, es claro que Arnoldo Palacios, lejos de quedarse atrapado en la violencia o en las limitaciones que tuvo desde muy joven por causa de la polio, mantuvo una fuerza vital durante 91 años, en los cuales defendió la importancia de conocer visiones de mundo ajenas a las fronteras capitalinas. Él nos llevó a creer que no solo existen estrellas blancas.
Peter Rondón Vélez
peter.rondon@caroycuervo.gov.co
Referencias
Ministerio de Cultura (2024). «Un homenaje a Arnoldo Palacios por el centenario de su nacimiento». 30 de enero de 2024. Recuperado de https://www.mincultura.gov.co/prensa/noticias/Paginas/un-homenaje-a-arnoldo-palacios-por-el-centenario-de-su-nacimiento.aspx
Omar Barrientos Nieto, Omar. «Quién es Arnoldo Palacios, el escritor chocoano honrado en 2024». El País, 14 de febrero de 2024. Recuperado de https://elpais.com/america-colombia/2024-02-15/quien-es-arnoldo-palacios-el-escritor-chocoano-honrado-en-2024.html
Palacios, Arnoldo (2010). La selva y la lluvia. Bogotá: Intermedio Editores.
Palacios, Arnoldo (2020). Las estrellas son negras. Bogotá: Seix Barral.
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