Escritoras y escrituras poemas colombianos del siglo XIX

Por dos siglos, antes de la segunda mitad del siglo XIX, en Colombia la escritura de las mujeres se construyó en y para el territorio de la intimidad. Desde la obra mística de la clarisa Francisca Josefa del Castillo (1617-1742), hasta el Diario de los sucesos de la Revolución en la Provincia de Antioquia en los años 1840-1841 de María Martínez de Nisser (1812-1872), la mujer escribió para sí misma. Durante la Guerra de los Supremos (1839-1841), sobre un caballo y con fusil, Martínez de Nisser resistió los ataques de los grupos antigobiernistas que intentaron la toma armada a la población de Salamina (Antioquia) en 1841. Su valentía en la batalla fue reconocida por el Congreso mediante la Ley 17 de 1841. Publicar en 1843 su diario de guerra y político-militar fue efecto de esa ley, que la designó también como “Vencedora en Salamina” y título acompañado de una medalla de oro que lo reafirmaba. María Martínez de Nisser fue la primera mujer que a sus 29 años escribió públicamente en Colombia: “He determinado” y “Yo opino”.

A mediados del siglo XIX, cuando el sistema republicano empezaba a tomar forma con la consolidación de los partidos políticos de la Nueva Granada, y durante lo que se conoce como el Olimpo Radical, la escritura y publicación de textos escritos por mujeres fue tomando auge, conforme se fueron formando generaciones de mujeres alfabetizadas y lectoras, fruto muchas veces de la educación aportada por sus propias madres en el ámbito doméstico. La entrada de estas mujeres al mundo letrado fue para, por ejemplo, escribir la biografía de sus padres o de sus esposos. Así, historia, política y literatura se fueron tejiendo en narrativas nacionalistas y virtuosas como las biografías de la escritora bogotana Josefa Acevedo de Gómez (1803-1861), quien también publicó relatos sentimentales y cuadros de costumbres. De acuerdo con la investigadora Patricia Aristizábal Montes, en los relatos de su libro póstumo “la autora demuestra gran maestría en el tratamiento realista de los temas y en el manejo del idioma, dejando ver su profundo conocimiento de las problemáticas sociales que aquejaban al país en aquel momento”.

Silveria Engracia Antonia de los Dolores Espinosa de los Monteros y Dávila (1815-1886), más conocida como Silveria Espinosa de Rendón, hizo parte de una primera generación de escritoras que, bajo el ala del pensamiento y la fe cristianos, construyeron sus poéticas desde los postulados estéticos del paisajismo romántico que fundía al yo con la naturaleza. Junto a Josefa Acevedo de Gómez (1803-1861) y Agripina Samper de Ancízar (1833-1892) conformó el trío de mujeres a las que los redactores de El Mosaico dedicaron su publicación en 1859; escribieron: “[A] vosotras, que habéis cultivado con tanto aplauso el comercio de las Musas”. Por lo tanto, Espinosa de Rendón –que pertenecía a una familia de impresores–, hizo parte fundamental del centro del poder letrado de Bogotá y desde allí la escritora nacida en Sonsón conformó su obra poética, que fue publicada principalmente en periódicos y antologías, como La lira granadina (1860). Ya hacia finales del siglo XIX, críticos, escritores y periodistas la incluyeron en el canon de la poesía nacional. En 1886 el Papel Periódico Ilustrado publicó un artículo de José Joaquín Ortiz (1814-1892) que hacía énfasis en las características religiosas de la escritora, que la llevaron a vincularse con múltiples actividades de beneficencia y asistencia social.

En 1883 en la Imprenta de Vapor de Zalamea Hermanos publicó un libro imprescindible en la historia de la literatura escrita por mujeres en el siglo XIX: las Poesías de Agripina Montes del Valle (1844-1915). Esta edición llevaba el amplio prólogo, también fundamental, titulado “Las sacerdotisas” por Rafael Pombo (1833-1912), el escritor colombiano de su siglo que más estimuló y apoyó la producción poética de las mujeres. En este prólogo Pombo señala la “aversión” de los varones de su tiempo hacía lo que escribían las mujeres y no termina de explicarse el porqué luego de hacer un largo recuento de mujeres históricas. Su poesía muestra interesantes novedades métricas que incomodaron a algunos lectores tradicionalistas para quienes el verso era toda una matemática muy antigua. En junio de 1883, Montes del Valle le advirtió en voz alta “A los literatos de Colombia”: “No pidáis explicación al desconcierto del metro, que sin burlar la armonía va luego como impelido como un vértigo escapando al estrecho círculo de la medida para llevar a cabo su viaje. Yo he cantado por una fuerza extraña que me impele. Así no os reclamo indulgencia para mis versos, pero sí el olvido de las reglas de Horacio”.

 La vida las mujeres del siglo XIX fue un tema recurrente en sus producciones literarias. En su ya clásico estudio de 1992, Hijas, esposas y amantes, la antropóloga e historiadora Suzy Bermúdez escribió: “Las guerras de independencia implicaron algunas transformaciones en las vidas de las mujeres y sus familiares. Muchas de ellas tuvieron una participación activa en los conflictos como soldaderas, amantes de los soldados, cocineras, mensajeras o lavanderas. Otras ayudaron ofreciendo vivienda a las tropas en sus casas, alimentando al ejército, dándoles ropa o dinero (…). Aunque ciertos sectores de la población femenina atacaron de diversas formas las relaciones coloniales, al lograrse la independencia, quienes dirigían las nacientes repúblicas, se preocuparon poco por lograr transformaciones sociales, culturales y políticas que las favorecieran. Es más, cuando algunas de ellas solicitaron seguir participando en actividades políticas, les recomendaron regresar al espacio que antes habían ocupado: el hogar”. El duro camino de las ideas igualitarias en Colombia se abre paso para salir de esta prisión que era la vida doméstica y empezar a habitar otro lugar en la sociedad pública civil.

Las mujeres, que en el siglo XIX escribieron principalmente poemas, abordaron en su producción múltiples temas: la naturaleza, la muerte, la divinidad, la amistad, la belleza, fueron algunos de los principales. Se trata de una poesía cargada de simbolismo, por momentos oscura y alegre, que en muchos casos descompuso la clásica rigidez masculina del verso, anunciando con ello una premodernidad poética que iba más allá del discurso melodramático o sentimental. Pero no puede decirse que fuera una escritura completamente libre. En Colombia la escritura de las mujeres se construyó en y para el territorio de la intimidad. Desde la obra mística de la clarisa Francisca Josefa del Castillo (1617-1742), hasta bien entrado el siglo, la mujer escribió para sí misma. Las publicaciones seriadas, periódicos y revistas, fueron el principal vehículo en el cual circularon entre el público lector las composiciones poéticas de mujeres que muchas veces firmaban con seudónimo, o con sus iniciales; algunas pocas empezaron a firmar con sus nombres propios. También se publicaron múltiples revistas dirigidas a las mujeres lecturas. 

La poesía escrita por mujeres en Colombia durante el siglo XIX estuvo marcada por y casi predestinada al tema y a las formas religiosas. Además de una literatura moral y aleccionadora para mujeres, niños y familias, también las mujeres tuvieron participación en composiciones poéticas para celebraciones del calendario católico, como villancicos, novenas, oraciones, etc. Además, la figura de Dios y de la Virgen María o la del Espíritu Santo se encuentran como tópicos recurrentes dentro del discurso poético de gran parte de la literatura del siglo, ya sea de hombres o de mujeres. La relación de la escritura y la religión también pasa por el cuerpo y la sexualidad de la mujer. Sobre esto, Susy Bermúdez afirma que en los siglos anteriores predominaba el control sexual, la ley de la virginidad y la sumisión; y completa, en su libro Hijas, esposas y amantes (1992): “En el siglo XIX aunque siguieron prevaleciendo el mismo tipo de valores, el interés de ciertas mujeres se orientó más a la imagen de María Madre de Dios y por tal razón en [algunos] escritos se resaltaba la maternidad y la fortaleza espiritual y moral femenina”.

Durante el siglo XIX, al mismo tiempo que las mujeres se hacían un lugar en el relato de la literatura colombiana, crecía también su importancia como sujeto lector. Esto quedó demostrado en las múltiples publicaciones dirigidas al “bello sexo”, eufemismo con que las estructuras dominantes designaron a la mujer, en una lectura que la ponía al nivel de un ser angélico, a veces infantilizado, cuyos territorios eran el hogar, la naturaleza, o lo piadoso. Sin embargo, la lectura, el libro, la revista, la imprenta, poco a poco le fueron conquistando su independencia. La profesora Carmen Elisa Acosta afirma que “la lectura ocupó un importante espacio social a mediados del siglo XIX colombiano. Tanto liberales como conservadores encontraron en ella la manera de expresar y legitimar sus acciones, a la par que una forma de dirigir a una élite que se sentía con el deber de consolidar la nación frente a sí misma y frente a los demás grupos de la sociedad (…)”.

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