Isabel Lleras de Ospina, ¿la última romántica?

Durante el mes de mayo se celebra el Día Internacional de los Museos.[1] Para unirse a esta celebración, el Instituto Caro y Cuervo ha querido hablar de Isabel Lleras de Ospina, primera directora de los Museos del ICC en 1960.

Apenas en la Colombia de 1960 las mujeres comenzaban a ser visibles en la vida pública nacional. Fue tardía su presencia en disciplinas como el Derecho, la Economía, la Ingeniería, la Medicina o la Política. Sin embargo, además de la vida religiosa, hacían presencia -a veces como invitadas de piedra- en algunos ámbitos de las humanidades. Algunas mujeres hicieron carrera en el arte, en el mundo de la bibliotecología o en el universo de los museos.

A comienzos de esos años sesenta, Isabel Lleras de Ospina (1905-1965) se vinculó al Instituto Caro y Cuervo para dirigir sus museos: el Museo Romántico y el Museo de Yerbabuena, por invitación de José Manuel Rivas Sacconi –director del Instituto por más de cuarenta años- para quien la finalidad del museo sería “conservar y exhibir a la veneración pública los recuerdos de nuestros principales hombres de letras” (AA.VV, 1960, 311- 321). El Museo de Yerbabuena tendría su sede en la hacienda del mismo nombre, que el ICC adquirió en 1955. Centrado en la idea de un museo para reunir “las reliquias colombianas de la época romántica” y para ser “la imagen viva de la cultura nacional en el Ochocientos” –en palabras de Rivas Sacconi el día de la inauguración en 1960 (316)-, el ICC recibió colecciones de miembros de su junta directiva, como las donaciones de Gabriel Giraldo Jaramillo (1916-1978), Eduardo Santos (1888-1974), Cecilia Hernández de Mendoza, Guillermo Hernández de Alba (1906-1988), Luis Martínez Delgado o del Ministerio de Educación, entre otros.

Sobre el romanticismo en Colombia dijo Lleras de Ospina en su posesión como directora del Museo: Colombia, que ha sido siempre un país romántico y de románticos, actualmente “registra una de las más graves crisis del romanticismo colombiano”. Y agregó sobre el valor histórico de la casa de José Manuel Marroquín (1827-1908): “En estas piezas estuvieron Vergara, Carrasquilla y don Ricardo Silva, y las pupilas infantiles del más fino poeta bogotano debieron detenerse muchas veces en el camino que bordean esos sauces. Estas paredes oyeron recitar a Pombo, a Fallon y a Jorge Isaacs (…)” (AA.VV., 1960, 327).

El libro Quién es quién en Venezuela, Ecuador, Panamá y Colombia (1952) cuenta que Isabel Lleras se educó bajo la dirección de su padre, Federico Lleras Acosta (1877-1938); también, que tocaba el violín con aventajada destreza. A los 31 años, en la editorial Minerva se publicó su primer libro de poemas con el lacónico título de Sonetos. Firmado como Isabel Lleras Restrepo, el libro reúne 62 poemas que hablaban desde las genealogías, hasta de escenas costumbristas, pasando por motivos religiosos y bíblicos, los históricos locales y hasta los intimistas. La poesía de esta época estuvo marcada por una notoria influencia de la obra de Alberto Ángel Montoya (1902-1970). El poeta bogotano hacía una exploración de cierto exotismo, entre decadente y folclórico, en una poesía a veces celebrativa, a veces nostálgica, a veces irónica. El último terceto de uno de los poemas de Lleras sobre su familia dice: “hablo con entusiasmo y vehemencia, / y, condición que otorga el apellido, / poseo una agresiva intransigencia” (Sonetos, 1936, 12).

En 1938 Isabel Lleras se encargó, junto a su hermana Elvira, de repatriar los restos de su padre, que murió en la ciudad francesa de Marsella y a quien ellas acompañaban en un viaje con fines científicos: exponer sus estudios científicos en un congreso sobre la lepra. Esto lo cuenta Carlos Lleras de la Fuente en su libro de 2003 Sin engañosa cortesía, y además recuerda de su tía: “Isabel, esposa de Luis Ospina Vásquez, [a diferencia de otras de sus hermanas] no tuvo preocupaciones económicas y siempre [las] comandó y ayudó” (53). Según Lleras de la Fuente, en asuntos de política la mayoría de las hermanas Lleras Restrepo “solían ser liberales cuando el gobierno era conservador, y conservadoras cuando era liberal, pues les fastidiaba ser gobiernistas perpetuas” (52).

Quizá este espíritu contradictor y autodeterminista la llevó a casarse con un descendiente de los conservadores históricos de este país: los Ospina. De ese matrimonio nació su hija Carolina, radicada desde hace años en Europa, y de quien Carlos Lleras de la Fuente escribió: “tiene en su familia el mayor número de presidentes: bisnieta de Ospina Rodríguez, nieta de Ospina Vásquez, sobrina de Ospina Pérez, de Alberto y de Carlos Lleras, y sobrina algo lejana de Carlos E. Restrepo” (Lleras de la Fuente, 2003, 45-46). Cabe recordar la rivalidad bipartidista que marcó gran parte del siglo XX y de la cual su familia Lleras se vio muchas veces afectada. Por ejemplo, la casa de su hermano Carlos Lleras Restrepo (reconocido político liberal y presidente de la Colombia entre 1966 -1970) fue atacada en los años 30 e incendiada en los 50.

También en ese año de 1960, la editorial Antares publicó su libro Estampas arbitrarias, una mezcla de ensayos, crítica de arte, reflexiones literarias y libro de viajes en el que se destacada su texto “Los jardines”. En este texto Lleras de Ospina construye una lectura simbólica y sociológica de estos espacios –todos jardines en ciudades de Europa: Tívoli, Roma, París, Madrid- creados por el hombre para estar, en contextos domésticos y urbanos, en contacto con lo silvestre y natural. Vale mencionar que en la casa de Yerbabuena el ICC conserva el Jardín Matilde Osorio de Marroquín, un museo vivo que permite experimentar el ambiente bucólico y literario que pudieron conocer los visitantes del siglo XIX en esta hacienda literaria. En ese texto se lee: “El espíritu de los jardines está íntimamente ligado con el espíritu de los pueblos que los sueñan y los realizan. (…) La intimidad, esa cualidad que perseguimos tantas veces y que tan pocas encontramos, es la cualidad por excelencia de los jardines” (Lleras de Ospina, 1960, 99-100).

Por los años del gobierno del militar Gustavo Rojas Pinilla (1900-1975), entre en 1953 y 1957, Isabel Lleras escribió la columna de opinión llamada “El pozo de Donato”[2] en el periódico El Tiempo. Desde allí se dedicó a señalar los errores e incongruencias del gobierno golpista, que hacía alarde de sus abusos del poder censurando diarios, escritores, partidos políticos y periodistas. Como era previsible, la columna de la escritora bogotana pasó sin éxito varias veces por el ojo censor del régimen, hasta que todo desembocó en su despido del diario y en la censura de su voz disidente, que a veces reclamaba claridad en los actos del gobierno y a veces la reivindicación de los derechos de las mujeres.

Hay que mencionar que uno de los reclamos de las primeras organizaciones feministas a mitad del siglo XIX fue la igualdad de acceso a la educación. La casa fue colegio y universidad para muchas de estas mujeres: recuérdense la tertulia del “Buen Gusto” que se reunía en la casa de Manuelita Santamaría de Manrique y de su hija Tomasa, la casa de Josefa Ricaurte de Portocarrero (donde se instaló una imprenta, lo que le valió su fusilamiento), la casa de Andrea Ricaurte de Lozano (donde capturaron a Policarpa Salavarrieta) o la casa de María Agueda Gallardo de Villamizar (donde conspiraron contra los realistas). Durante la segunda mitad del XIX, las mujeres salen de sus casas para ir a casas de otros: Josefa Acevedo de Gómez (1803-1861), Soledad Acosta de Samper (1833-1913), Agripina Montes del Valle (1844-1915), asisten a las tertulias de El Mosaico, por ejemplo; pero hay otros ejemplos por todos los rincones del país como el de las hermanas Hortensia y Dorila Antomarchi en Cúcuta o el de Mercedes Hurtado de Álvarez, que escribía desde Popayán. Ya durante el último cuarto del siglo publicaron, con mayor y notoria asiduidad, sus trabajos literarios o históricos, primero con seudónimos y luego con sus apellidos de casadas. Ya entrado el siglo XX, hacia los años 20 y 30, las primeras mujeres fueron egresadas de las universidades Libre, Javeriana o Nacional; algunas se educaron en el exterior.

Las mujeres de la generación de Isabel Lleras estuvieron a medio camino entre el cambio y la tradición: vivían en un mundo de hombres, con sus leyes y límites, fuera del cual difícilmente podrían pensarse, pero fueron desplazando el estereotipo de la mujer como una suerte de ‘bien mueble doméstico’. Depositaria de todo un abolengo genealógico, nació en una de las familias liberales más influyentes en la historia del Colombia, sobre todo desde el origen de la república. Y fue contemporáneas de mujeres como Teresa Cuervo Borda (1888-1975)[3], Nina S. de Friedemann (1930-1998)[4], Emilia Cuervo de Vengoechea, Blanca Ochoa de Molina, Sophy Ortiz de Pizano[5] o Virginia Gutiérrez de Pineda (1921-1999).

Los poemas de Isabel Lleras se publicaron en varias revistas a nivel nacional y se hizo famosa su composición al barrio de La Candelaria (lugar donde vivió años felices). Sin embargo, su inesperada y prematura muerte dejó en la confusión por mucho tiempo al proyecto de los Museos del ICC. La administración de Carmen Millán lo reactivó y actualmente el área de Gestión de Museos se encarga de revivir este proyecto muselógico y de conservar, investigar y proteger las colecciones de Etnografía y de Arte e Historia de que es custodio el ICC.

Bibliografía

AA.VV. (1952). Quién es quién en Venezuela, Panamá, Ecuador y Colombia. Bogotá: Edmundo Perry y Cía.

AA.VV. (1961). Homenaje a los próceres. Discursos pronunciados en la celebración del Sesquicentenario de la independencia nacional. 1810-1960. Bogotá: Academia Colombiana de Historia.

AA.VV. (1995). Las mujeres en la historia de Colombia. Tomo II: Mujeres y Sociedad. Bogotá: Norma.

Chavarriaga, JL. (1940). Derechos y reivindicaciones de la mujer colombiana. Bogotá: ABC.

Lleras de la Fuente, Carlos. (2003). Sin engañosa cortesía. Bogotá: Planeta.

Lleras de Ospina, I. (1936). Sonetos. Bogotá: Minerva.

—. (1960). Estampas arbitrarias. Bogotá: Antares.

PIES DE PÁGINA

[1] Sobre las actividades del Consejo Internacional de Museos (Icom, por sus siglas en inglés).

[2] Probablemente el nombre de la columna fue inspirado en ese pozo legendario, ubicado en Boyacá, que no solo recuerda el mito muisca sobre el incesto, sino el saqueo que cometieron los colonizadores españoles durante los primeros tiempos de la Colonia.

[3] Teresa cuervo Borda, sobrina de Rufino José Cuervo, se desempeñó con ahínco en la actividad cultural del siglo XX en Colombia. Fue directora del Museo de Arte Colonial y del Museo Nacional de Colombia. Para mayor información, ver este enlace.

[4] Sobre el archivo de la antropóloga Nina S. de Friedemann, ver el canal de Youtube del ICC.

[5] Sobre la labor de Sophy Pizano de Ortiz en el Museo de Arte Colonial, ver este enlace.

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