Las voces de las cosas: 60 años de los museos del Instituto Caro y Cuervo

Hacia 1960 Bogotá era una ciudad de poco más de millón y medio de habitantes. En evidentes expansión y crecimiento poblacional, a la ciudad llegaban personas de todas partes de Colombia –un gran número de migrantes internos debido a la Violencia– y empezaba a concentrar una parte importante de la producción de la incipiente industria cultural y de medios. Colombia era, a un nivel más general, un país que desde años anteriores vivía una intensa realidad y división política y social. En ese contexto, ese mismo año de 1960 el Instituto Caro y Cuervo abrió al público su Museo Literario.

Fundado en 1942, y liderado al comienzo por el sacerdote jesuita Félix Restrepo (1887-1965), el Instituto Caro y Cuervo reunió en su junta directiva a intelectuales, críticos y gestores culturales de su momento, personas que le infundieron su vocación humanística y de investigación y protección del patrimonio lingüístico, y que dieron inicio a un proyecto sin antecedentes en el país: una institución de estudios del lenguaje que, con el tiempo, se convirtió en el epicentro literario y lingüístico de la región. Entre algunos miembros de esa junta directiva de los años sesenta se puede mencionar, por ejemplo, a Gabriel Giraldo Jaramillo (1916-1978), Guillermo Hernández de Alba (1906-1988), o a José Manuel Rivas Sacconi (1917-1991), quien desde 1948, y hasta 1978, dirigió el ICC y proyectó y ejecutó algunos de sus proyectos más relevantes en cuanto a filología y etnolingüística: la continuación y finalización del Diccionario de construcción y régimen (1884-1994) y el Atlas lingüístico-etnográfico de Colombia (1955-1983).

La primera, y más conocida, directora del Museo Literario del ICC fue Isabel Lleras de Ospina (1905-1965). Durante los breves años en los que estuvo al frente del proyecto se encargó de gestionar y recibir piezas de las colecciones del Ministerio de Educación Nacional o la Academia Colombiana de Historia; y también de reunir, valorar y empezar la conservación de objetos de valor artístico y documental, provenientes de las colecciones privadas de donantes como los descendientes y parientes de la familia Caro, de los Cuervo y de los Marroquín, entre muchos otros coleccionistas que legaron una gran parte de las piezas de arte e historia que en la actualidad custodia el Instituto Caro y Cuervo.

Así, con el tiempo, las directivas del Instituto empezaron a idear la posibilidad de un museo que, ligado a la vocación lingüística y literaria del ICC, estaría “destinado a recoger y conservar recuerdos de nuestra vida cultural en el siglo pasado, en especial manuscritos de sus literatos, obras de pintores y grabadores, retratos y objetos personales de figuras notables del Ochocientos colombiano”, según explicaba en 1960 Rivas Sacconi, quien inicialmente propuso que el museo se llamara “Museo de la Literatura y la Tradición Colombianas”. Durante la década de los sesenta algunas mujeres de la élite cultural, de motivaciones progresistas -aunque algunas provenientes de tradicionalistas familias conservadoras -, ocupaban ya cargos directivos en el ámbito público: Teresa Cuervo Borda (1888-1975) en el Museo Colonial y en el Museo Nacional, Sophy Pizano de Ortiz (1896-1956) en el Museo Colonial, o Isabel Lleras de Ospina en el Museo Literario. En 1957 Josefina Valencia de Hulbach (1913-1991) fue la primera mujer en ser ministra de Educación y se destacó en el sufraguismo junto a mujeres como Esmeralda Arboleda (1921-1997). Desde sus orígenes, el guion del Museo Literario se proyectó y ejecutó en torno a un tema: el romanticismo. Y en esto había también una mirada política: “El momento actual registra una de las más graves crisis del romanticismo colombiano”, decía Lleras de Ospina el 28 de agosto de 1960, día de la inauguración; porque se entendía entonces al museo como el lugar para preservar, sobre todo, las tradiciones nacionales y para impartir conferencias sobre los temas de sus colecciones. Y con humor, ante la ardua tarea de gestión que comenzaba, Lleras de Ospina dijo en el día de la inauguración que este museo “como buena empresa romántica, empieza con un pasivo de cincuenta mil pesos y un activo de recuerdos y de estrofas”; a lo que siguieron, ese mismo día, declamaciones de Víctor Mallarino Botero -fundador de la Escuela Colombiana de Arte Dramático, y al final una taza de chocolate para los asistentes.

Al Museo Literario llegaron las colecciones de Eduardo Santos (1888-1974), que “contiene originales de casi todos los escritores colombianos del siglo pasado y muchísimos de escritores extranjeros”; de Luis Martínez Delgado (1894-1973), de Lola Casas de Gómez, entre muchos otros nombres. Y si bien gran parte del acervo del museo era en ese tiempo documental y libresco, también se fueron incorporando obras de arte, de historia y, con el tiempo, la importante Colección de Etnografía.  En 1962 se creó el Museo Etnográfico, espacio único en Colombia hasta entonces, que se proponía reunir, conservar y exponer el material que iban adquiriendo, por compra o donación, los lingüistas investigadores del Atlas lingüístico-etnográfico de Colombia (ALEC) a su paso por las más de 260 localidades en las que estuvieron recopilando muestras lingüísticas y materiales.

Sesenta años han pasado ya desde cuando Isabel lleras de Ospina dijo sobre las palabras y las cosas: “Como si todas estas voces [de los poetas y escritores] no fueran suficientes, las voces de las cosas con su extraordinario poder evocativo hacen resucitar las gentes y las épocas”. Y durante ese tiempo el país, desde luego, ha cambiado. Ha pasado por cruentos procesos de violencia y también por arduos y necesarios procesos de paz, reconciliación y memoria.

En su guion y en su mirada museológica, Lleras de Ospina exploró la idea de la recreación de los espacios, sostenida por la meta, expresada por ella misma, de “crear un ambiente romántico”. Con los objetos que fueron llegando a las colecciones se propuso armar un relato sobre la literatura colombiana del siglo XIX, que se centró en un canon de autores compuesto por nombres como José Eusebio Caro (1817- 1853), Jorge Isaacs (1837-1895), José Manuel Marroquín (1827-1908), José María Vergara y Vergara (1831-1872), Ricardo Carrasquilla (1827- 1886), Ricardo Silva (1836-1887), Rafael Pombo (1933-1912), Diego Fallón (1834-1905), Miguel Antonio Caro (1843-1909) y Diego Uribe (1867-1921). Pero muchas cosas cambiaron con la prematura muerte de Isabel Lleras de Ospina en 1965, que también por razones políticas fue deliberadamente censurada en su momento. Esto dejó al proyecto museal y a las colecciones a la deriva, y por muchos años se entendió que un museo era una permanente recreación de espacios viejos y de objetos aprisionados entre pesadas vitrinas de madera. Luego de varias administraciones, y tras muchos azares en el destino de sus colecciones, los museos del Instituto cerraron sus puertas a comienzos de los años 2000 y sus objetos fueron a dormir el sueño de los justos entre cajas y en bodegas.

El museo vivo y el museo soñado

Sin embargo, desde el año 2015, durante la dirección de Carmen Millán, y gracias a su interés por el patrimonio y la cultura, el proyecto de los museos se reactivó y se creó el área de Gestión de Museos, que desde entonces se ha encargado de restituir e identificar el valor patrimonial de las colecciones, su unidad, conservación e investigación. En la guía Cada casa es un caso, se lee: “A partir del 2015, el Instituto Caro y Cuervo (ICC) ha repensado los cuatro espacios de exhibición de la Casa Cuervo Urisarri y sus tres patios como un laboratorio de prácticas expositivas”.

Asimismo, el área ha llevado a cabo procesos de seguridad, sostenibilidad y categorización de sus colecciones, contribuyendo así con buenas prácticas que han creado y fortalecido las líneas estratégicas de investigación, incremento y conservación, desarrollo de públicos y apropiación social del conocimiento; todo lo cual, sumado a la implementación del programa Colecciones Colombianas, ha profesionalizado sus procedimientos de acuerdo con los estándares nacionales e internacionales en cuanto a patrimonio y museología. Así mismo, el área ha implementado estrictos protocolos de conservación y de organización para las reservas en las que reposa la colección, que son, clasificadas según su materialidad y catalogación general: Etnografía I (objetos con formato pequeño a mediano), Etnografía II (objetos con formato mediano a grande), Mobiliario, Pintura de Caballete, Reserva Mixta I (objetos con formato pequeño a mediano), Reserva Mixta II (objetos de formato grande) y Audiovisuales (con material técnico de las investigaciones para el ALEC).

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